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Créditos: José Ricardo Báez G.
La disputa por una biblioteca popular prometida durante el estallido social
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La Biblioteca Betsabé Espinal: resistencia y cultura en la antigua estación El Bosque tras el estallido social.

El 28 de junio de 2021 fue un punto de quiebre en la historia del estallido social en Medellín. Desde las cinco de la mañana de ese día empezaron los enfrentamientos. En la esquina de la antigua estación El Bosque, el Esmad instaló una especie de guarida. Durante más de 17 horas, los manifestantes y la fuerza pública se enfrentaron de manera violenta. El saldo de la jornada fue tan doloroso y transformado que, más de tres años después, ese espacio sigue siendo un lugar de lucha. Pero, esta vez son la búsqueda de la resignificación y la cultura las que miden sus fuerzas, cara a cara, contra las decisiones administrativas del alcalde Federico Gutiérrez.

Todo lo que ha pasado en la estación desde ese día se puede resumir en una imagen: las manos sostienen un libro abierto del que brota una llama coronada por un árbol. La recarga de símbolos no es un capricho de artista, es el logo que muestra la construcción colectiva de los creadores de la Biblioteca Popular Betsabé Espinal. Un proyecto cultural que surgió durante esas movilizaciones de 2021, en lo que se conoció como “el estallido social”, y cuyos voceros están empeñados en que siga viva para darle un nuevo significado al lugar.

El estallido en Medellín: así comenzó todo

En mayo de 2021, Medellín, como la mayoría de las grandes ciudades en el país, estaba convulsionada por las protestas en contra de las políticas sociales del entonces presidente Iván Duque. Durante meses, las calles estuvieron convulsionadas por las manifestaciones protagonizadas en gran medida por los jóvenes.

El principal punto de concentración en la capital de Antioquia fue el cuadrante enmarcado entre el Parque de los Deseos (hoy también conocido como Parque de la Resistencia), la Universidad de Antioquia, el Jardín Botánico, el Parque Explora, el Parque Norte y la entrada al barrio Moravia.

La historia es que en la esquina norte de esa zona está la antigua estación. Allí, en medio de las crudas jornadas de enfrentamientos, la represión y el vandalismo, a Tatiana López Trujillo y otros muchachos se les ocurrió pedir donaciones de libros usados y compartirlos de manera abierta, como una manera de contrarrestar la violencia generada durante las movilizaciones.

El proceso nació, como muchos otros, en medio de emociones, juntanzas y, dolorosamente, de muchas pérdidas. La iniciativa tuvo dos motivaciones, que las personas supieran por qué se estaban movilizando y que se educaran en temas como derechos humanos y procedimientos judiciales. La intención era ponerles un poco de voz a los sentimientos que desbordaban las calles.

La respuesta fue masiva. En medio del campamento instalado por los manifestantes creció de manera muy rápida la montaña de libros. Nadie imaginó que iba a ser algo tan poderoso, por eso, al inicio, todos tenían temor a que se los robaran. “Si se los roban es maravilloso, así de pronto hasta los leen”, pensaba López.

A los pocos días, uno de los muchachos encontró un estante de madera tirado en la calle, lo limpiaron y decoraron. Luego alguien sumó una silla chueca. Otro más, un tapete usado y algún otro, un tablero.

Alguien propuso hablar de fotografía, otro de derechos humanos. Entonces así, también de manera espontánea, empezaron a programarse los primeros talleres. El punto se comenzó a convertir en una llamita cultural. No había líderes, la gente se apropió del espacio. “Aunque el caos apunta a muchas partes, finalmente sabe cómo organizarse, y si apunta a tantas partes es porque hay mucho que hacer y necesidades. Orgánicamente, estaba funcionando”, cuenta López.

La disputa por una biblioteca popular prometida durante el estallido social Todo lo que ha pasado en la estación desde ese día se puede resumir en una imagen: las manos sostienen un libro abierto del que brota una llama coronada por un árbol. La recarga de símbolos no es un capricho de artista, es el logo que muestra la construcción colectiva de los creadores de la Biblioteca Popular Betsabé Espinal. Un proyecto cultural que surgió durante esas movilizaciones de 2021, en lo que se conoció como “el estallido social”, y cuyos voceros están empeñados en que siga viva para darle un nuevo significado al lugar.

El día D y el abuso

Ese 28 de junio, desde la esquina, también reconocida como una frontera natural con el barrio Moravia, y usando la estación como trinchera, los miembros del hoy desaparecido Esmad lanzaron gases y se movían para hacer correr a los jóvenes hacia el norte, buscaban arrinconarlos en el barrio.

Entre los manifestantes se decía que a los que agarraban los metían en la estación y los torturaban. Ese día, una de las retenidas fue una niña de 15 años, a quien hombres del Esmad violaron, según las denuncias de la familia de la menor de edad y la comunidad. El abuso causó indignación de los manifestantes y de varios grupos feministas de la ciudad. La ira estalló y la protesta terminó con la estación prendida en fuego y destruida. En ese momento se responsabilizó a los miembros de la primera línea de los daños.

La antigua estación El Bosque, que fue construida en 1915, hacía parte del sistema de Ferrocarriles de Antioquia y desde 1996 es bien patrimonial de la nación. El diseño fue una creación del arquitecto Enrique Olarte, célebre por su trabajo en la estación Medellín, en La Alpujarra. El lugar, conocido también como “la casita”, tenía largos años de estar cerrada y sin uso, en medio de un comodato entregado por la alcaldía al Parque Explora.

El barrio Moravia también es un elemento clave para entender lo que pasó durante esos días y el conflicto que hoy se vive por el uso de la estación El Bosque. La comunidad surgió como una invasión sobre los terrenos que antes eran del antiguo basurero de Medellín. Desde su nacimiento la gente ha vivido allí bajo amenazas de desalojos y bajo la mirada de sospecha de quienes trabajan y circulan por la zona centro y el norte de la ciudad.

El caso del abuso de la menor de edad fue acompañado por la entonces concejala y líder feminista Dora Saldarriaga, quien durante el estallido social trabajó por la verificación de la garantía de derechos humanos y de rutas de atención, vigilando cómo estaba sucediendo la relación de la institucionalidad con los jóvenes de la protesta.

Ese día recibió una llamada en la que le contaron lo ocurrido en la estación El Bosque, así que se fue derecho al hospital donde estaban atendiendo a la niña para hacer que activaran el Código Fucsia. Eran como las seis o siete de la noche. Pero, la atención no funcionó, principalmente porque necesitaban un defensor de familia, que solo apareció después de las tres de la mañana. “Hubo violencia institucional”, denuncia Saldarriaga.

A los pocos días, Saldarriaga convocó a un debate de control político en el Concejo, pero el caso de la niña quedó en el olvido, entre otras cosas, porque Metroparques, la empresa de la alcaldía que tiene a cargo la zona, simplemente dijo que las cámaras cercanas a la estación El Bosque estaban dañadas, así que no se pudo identificar al o los agresores. Luego el acompañamiento institucional a la menor no fue efectivo para garantizar su privacidad ni la ruta judicial.

Tatiana López, quien empezó su participación en las movilizaciones como miembro de la misión médica voluntaria, cuenta que ese 28 de junio ocurrieron los peores enfrentamientos, todos se quedaron sin insumos y la misma policía pidió parar todo y continuar el otro día. Pero, para su sorpresa, el pequeño espacio de la biblioteca quedó intacto. “No vieron el símbolo. Estaban tan enfocados en ir a violentar a una persona, a deshumanizar o destrozarla, que el peligro lo tenían al lado y no se dieron cuenta. Tenían que destruir la semilla de lo que hoy sigue dando lidia”, dice mientras sonríe.

La situación se puso muy peligrosa en el Parque de los Deseos, horas después pasaron civiles disparando desde camionetas y los jóvenes se refugiaron en la Universidad de Antioquia. Después el Esmad hizo un operativo para desalojar el parque. Antes de que llegaran los uniformados, los manifestantes pusieron más libros y una botella con una flor en el centro. Al día siguiente las autoridades lo presentaron ante los medios de comunicación como “un artefacto explosivo”, junto a un recipiente marcado como “cocaína”. Tatiana dice que eran el florero improvisado y el bicarbonato que usaban para protegerse de los gases lacrimógenos. Ese día empezaron las capturas de los jóvenes en sus casas.

Fueron días muy duros para todos en el país, en medio de las movilizaciones también se colaron muchos delincuentes que aprovecharon para robar y provocar destrozos. A comienzos de octubre, López y el resto del grupo de la biblioteca comenzaron con las “tomas culturales” en el espacio contiguo a la estación. Cada vez que se reunían llegaban alrededor de 40 policías al lugar a amedrentarlos. Ella dice que solo querían compartir libros y arte. Artistas voluntarios y callejeros se sumaron. El primer día llegaron 350 personas. Después vinieron los murales de figuras de mujeres como primer paso para la resignificación y la memoria de la estación. Luego, la olla comunitaria y la idea de una huerta.

La disputa por una biblioteca popular prometida durante el estallido social Todo lo que ha pasado en la estación desde ese día se puede resumir en una imagen: las manos sostienen un libro abierto del que brota una llama coronada por un árbol. La recarga de símbolos no es un capricho de artista, es el logo que muestra la construcción colectiva de los creadores de la Biblioteca Popular Betsabé Espinal. Un proyecto cultural que surgió durante esas movilizaciones de 2021, en lo que se conoció como “el estallido social”, y cuyos voceros están empeñados en que siga viva para darle un nuevo significado al lugar.

El nombre llegó también en forma de libro. Así conocieron la historia de Betsabé Espinal, una sindicalista de 24 años que fue capaz de liderar una huelga de dos meses para protestar contra los abusos laborales en una fábrica de textiles de Bello en 1920. “Betsabé era en esos momentos supremos la justicia hecha mujer que surgía del antro pavoroso de todas las injusticias”, escribió en esos días el reportero Tintorero, del periódico El Luchador, según reseñó el investigador Reinaldo Spitaletta. “Es un símbolo de las mujeres que la han guerreado y han luchado, se le han parado en medio de esta cultura paisa tan dura y tan machista”, la define más informalmente López.

En un momento las amenazas llegaron hasta ella, entonces quedaron otros voceros. López tuvo que irse de la ciudad para cuidar su vida. Cree que Medellín es muy difícil para los procesos populares, que hay cosas muy arraigadas, como la cultura paramilitar, el machismo y los rasgos fascistas. “Por eso hay que educarnos, investigar”, agrega.

Como un reflejo natural, el movimiento cultural alrededor de la estación siguió creciendo, la gente empezó a habitarlo, sin apoyos oficiales. “Es que lo popular asusta, porque se ve así, es diferente, porque hay que ser mucho más organizado y hay que escuchar las verdaderas necesidades de la comunidad, como muchas veces hacen las instituciones. No lo entienden, porque hay burbujas enormes que nos tapan la realidad. No es lo mismo estar aquí que entrar cada día en una camioneta para luego ir a tu casa al Poblado”, reclama López.

Promesas e incumplimientos

Antes de entrar al último año de la pasada administración de Daniel Quintero, la Alcaldía de Medellín y los voceros de la biblioteca Betsabé Espinal realizaron un buen número de reuniones y establecieron un plan de trabajo conjunto. Esto incluyó varios compromisos, como la entrega del espacio en diciembre de 2022, para iniciar las obras de restauración de la casita.

Las adecuaciones estarían bajo la responsabilidad de la Fundación Ferrocarril de Antioquia, y en un plazo de tres meses los jóvenes podrían regresar. A partir de ahí vinieron las dilataciones, las excusas y los señalamientos entre las instituciones. En la alcaldía dijeron que era potestad del Parque Explora, por el comodato; en el Parque decían que no podían decidir y así las razones de un lado a otro.

Desde el inicio del actual Gobierno nacional, el Ministerio de las Culturas, las Artes y los Saberes se apersonó de la situación. Durante casi dos años propuso reuniones, puntos de encuentro y alternativas a la Alcaldía de Medellín, para un diálogo de concertación alrededor del espacio. Pero, aunque con el anterior alcalde, Daniel Quintero, se lograron avances, no se pudo concretar nada. Y con la llegada de Gutiérrez, la puerta de conversación fue mucho menos productiva debido a las posiciones ideológicas del mandatario. Uno de los actuales voceros de la biblioteca popular es Jorge Luis Maceri, un estudiante de Historia de la Universidad de Antioquia, quien dice sentirse “desilusionado porque, como todos, creí en las instituciones”.

Maceri, quien durante las movilizaciones ganó reconocimiento con el apodo de Yisus, gracias a un riesgoso performance artístico que realizaba en la mitad de los enfrentamientos con símbolos judeocristianos, cuenta que en la misma estación El Bosque estuvieron reunidos con el secretario de Cultura, el secretario de la Juventud, la Fundación Ferrocarril, representantes de Confama y del Parque Explora. Allí, dice, todos manifestaron su voluntad para ayudar.

“Dijeron que lo iban a remodelar para luego entregar un espacio para la biblioteca, los voceros de ese momento aceptaron y creyeron en la palabra que nos dio la alcaldía. Ahora hay otro funcionario, eso es otra cosa”, agrega.

Maceri dice que la verdadera respuesta de la alcaldía fue “una bofetada”, porque los sacaron y no les dieron un espacio dentro de la estación, como se había acordado. “No era que nos la iban a entregar, como dice Fico Gutiérrez, se habían llegado a unos acuerdos, como respetar la fachada, se habló cómo se iba a ocupar la casa”. Los jóvenes creen que Daniel Quintero y su secretario de cultura ciudadana dilataron mucho el proceso hasta que llegó Gutiérrez. Están decepcionados, pero están de pie, porque este es un espacio de memoria.

Hace unos días, el alcalde Gutiérrez dijo que se negaba a entregar la estación a los mismos que la habían vandalizado y quemado. “Sería premiar a los de la primera línea”, señaló. El pasado 26 de abril, la alcaldía instaló una valla en el lugar en el que anunció la construcción del centro de atención social Buen Comienzo y una sala de lectura. El secretario de Cultura Ciudadana de Medellín, Santiago Silva, le confirmó a CAMBIO la decisión.

Cuestionado sobre los señalamientos de los jóvenes de que dicha decisión tiene una fuerte carga ideológica por la disputa del gobierno local con el gobierno nacional, Silva no respondió de manera precisa, sino que se limitó a decir que esta se tomó “de cara a las necesidades comunitarias”. Además, dijo que “han venido conversando con los jóvenes, para ver cómo podemos estar ahí” y que la fecha de la apertura del centro de atención “depende del ministerio porque se tuvo que hacer un proceso de adecuación”.

El ministro de las culturas, los Saberes y las Artes, Juan David Correa, ya había advertido hace algunos meses que al alcalde Gutiérrez le había cerrado la puerta a las repetidas propuestas hechas por el gobierno nacional para convertir la estación de manera oficial en la sede de la Biblioteca Popular Betsabé Espinal.

Correa también cree que esta podría ser una gran oportunidad para mostrar cómo un alcalde y un Gobierno nacional, de distintas ideologías, se podían poner de acuerdo. “Nuestra posición es seguir acompañando y trabajando con los jóvenes de la biblioteca, porque creemos profundamente en el arte y en que los encuentros que ellos tienen son la semilla para aportar a una cultura de paz”, agrega.

Tatiana López cree que la postura del ministro y el hecho de que se haya tomado el trabajo de reunirse con ellos en los alrededores de la estación “es algo que hay que valorar muchísimo”, si teniendo en cuenta las condiciones del espacio. “Ellos (la alcaldía) se han encargado de encerrarnos. Por ejemplo, cuando comenzamos el mural, enseguida nos pusieron la valla”, explica.

A las declaraciones recientes del alcalde, la líder cultural responde con firmeza y dice que Federico Gutiérrez no tiene una sola imagen, ni un video, que muestre que uno de los líderes de la biblioteca pertenece a la llamada Primera Línea. “Es una negación, un muro que ciega, para él es muy fácil y supercómodo para que digan que se le paró al presidente Gustavo Petro. Pero, el presidente, al igual que su alcaldía, se irá un día y la comunidad va a seguir: gústeles o no, quieran o no”, agrega. Y, además, advierte que las palabras de Gutiérrez son muy peligrosas porque estigmatiza a quienes lideran el proyecto cultural y que “parece que lo que quiere es hacernos matar”.

El ministro propuso la entrega de la Casa Zea, otro bien de la nación disponible en Medellín, como camino alterno para el trabajo de los jóvenes, para desarrollar el proyecto Betsabé y las iniciativas de otros colectivos populares. El inmueble, de 535 metros cuadrados y a dos cuadras del Museo de Antioquia, cumple un plazo de comodato el próximo 29 de noviembre. Según Correa, es necesario que en el país no se siga actuando con esa especie de rabia de unos contra otros, sino que hace falta sembrar entre todos la cultura y el arte para construir una sociedad con más paz.

La estación sigue cerrada y sellada por las vallas instaladas por las autoridades. La fecha de apertura aún es incierta. Mientras, en los alrededores los jóvenes siguen con las actividades culturales tres veces por semana. Las ollas comunitarias ya suman más de doscientas. Gracias al curso preuniversitario que dictan gratis, con la ayuda de profesores voluntarios, 15 muchachos lograron entrar a la Universidad de Antioquia. Los tomates verdes, la cebolla larga, las zanahorias, la rúcula y los plátanos de la huerta están bajo el cuidado de los niños de Moravia. Y un retrato de Betsabé Espinal, pintado en la parte posterior de una de las vallas instaladas por la alcaldía, según los muchachos como método de censura, mira de frente el gigantesco mural en la pared principal del espacio, que muestra los momentos más arduos de las protestas. Y Tatiana sigue recibiendo libros.

Por: Rainiero Patiño M. (Especial Revista Cambio para Colprensa).

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