Por circunstancias de la vida, hay cosas que terminan culminando de una forma totalmente opuesta a los planes iniciales. Algo así le pasó al fallecido científico Eugene Shoemaker, quien a pesar de estudiar y luchar toda su vida para ser astronauta nunca logró su cometido debido a varios obstáculos en su camino. Y más, sin embargo, con todo y que nunca llegó a la Luna, en 1998, un año después de su muerte, se convirtió en la única persona del planeta que tiene sus cenizas en el satélite natural de la tierra. Es decir, allí reposan. ¿Cómo logró llegar a la Luna después de muerto? Píllese la curiosa historia a continuación.
El astronauta que nunca fue al espacio
Eugene Shoemaker fue una de esas personas cuya inteligencia comenzó a resaltar sobre las del resto en la primera infancia. Con un gusto precoz por la geología y las ciencias exactas, Shoemaker pasó gran parte de su infancia en la biblioteca devorando libros a la par que hacía sus deberes de la escuela, en donde siempre destacaba como el alumno más aplicado y brillante.
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Como era de esperarse, tras un gusto por el estudio semejante, a Eugene solo le tomó tres años culminar sus estudios de bachillerato para, inmediatamente después, unirse a la Universidad de Caltech, una de las más prestigiosas de Los Ángeles, la ciudad que lo vio crecer.
En esta universidad conoció al amor y siguió estudiando la geología, especialidad de la que se graduó y en la cual se convirtió en un experto reputado, llegando incluso a ser llamado por la Nasa (agencia especial gringa) a mediados de los sesenta para participar en lo que sería la llegada del hombre a la Luna.
Su conocimiento era imprescindible para conocer el satélite natural. No obstante, sus planes se vieron truncados debido a una extraña enfermedad en sus riñones que lo dejó como no apto para este viaje.
Sin embargo, en aras de su amor por la ciencia, Shoemaker siguió trabajando desde su campo hasta que un fatídico accidente de tránsito le quito la vida en 1997.
Volando hacia la inmortalidad
Un año después de su muerte, la Nasa preparó un homenaje póstumo que le cumpliría el sueño a este científico de ir al espacio, incluso después de muerto.
Resulta que en 1998 los gringos decidieron lanzar a la Luna una pequeña sonda a la que pusieron el nombre de Lunar Prospector (izquierda). Al interior de este vehículo viajaron las cenizas del científico.
Parte de sus cenizas fueron llevadas a la Luna por la Lunar Prospector, una microsonda espacial de apenas 158 kilos (296 contando el combustible) destinada al estudio de la superficie del satélite.
Iban en una cápsula envuelta en bronce con imágenes del cometa Hale-Bopp (el último que Shoemaker observó junto a su mujer antes del accidente), el cráter Barringer (el agujero que nos dejó un meteorito que impactó la Tierra) y unos emotivos versos de la obra Romeo y Julieta, de Shakespeare.
Una misión arriesgada
Desde que fue lanzada el 7 de enero de 1998, la nave debió viajar hacia el espacio y dar vueltas en la órbita de la Luna hasta el 31 de julio de 1999, cuando cayó y se estrelló en la superficie lunar.
Gracias a esta sonda se logró confirmar que hay yacimientos de agua helada en la Luna.
Reposando en la eternidad de la Luna
Luego de que la sonda se estrellara, las cenizas de Shoemaker quedaron sepultadas en uno de los cráteres de la Luna que se pueden apreciar en la foto del círculo. Justo allí, en la inmensidad del satélite que todos vemos, pudo descansar en paz al haber cumplido su sueño.
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