De una partida de ajedrez a un símbolo de resistencia: la historia detrás del monumento en Puerto Resistencia.
Una partida de ajedrez fue lo que generó que cerca de doscientas personas construyeran y pintaran, en dieciséis días, el monumento a la resistencia. El 27 de mayo de 2021, a las once de la noche, mientras afuera de Puerto Resistencia peleaban, frente a frente, agentes del Esmad y jóvenes de la primera línea, adentro, en la intersección de la carrera cuarenta y seis con autopista Simón Bolívar, Juan Carlos Narváez, tres primos suyos —César, Santiago y Felipe— y el Indio libraban otras batallas, menos estridentes y más reflexivas, sobre un tablero de madera que habían acomodado encima de un taburete de plástico. Uno contra uno, quien recibía jaque mate no terminaba en la morgue: lo reemplazaba otro jugador hasta que le tocara de nuevo.
Con los ojos puestos en los movimientos de las piezas, ajedrecistas y espectadores hablaban de los últimos acontecimientos —la negativa de aplicarle la moción de censura al ministro de Defensa Diego Molano en el Senado de la República, la liberación de dos policías retenidos en la vía Cali-Palmira, una nueva exigencia del Gobierno nacional para que se desbloquearan las principales vías del país—, hasta que la conversación derivó en la importancia de honrar a las víctimas del Paro Nacional, sobre las cuales aún, tres años después, no existen consensos: mientras la Fiscalía General de la Nación indicó en su momento que ocurrieron 29 muertes, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos contó 51 y el Instituto de Estudios para el Desarrollo y la Paz (Indepaz) registró 80.
—En Siloé deberían hacer un monumento por sus jóvenes caídos —dijo uno.
—El mejor sitio para levantarlo sería la glorieta —respondió otro.
—Nosotros deberíamos hacer algo con tantas piedras que tenemos aquí —añadió uno más.
Así, mientras los peones de ambos extremos comenzaron a bloquearse entre ellos en la mitad del tablero, empezaron a surgir ideas como cimientos.
A la mañana siguiente Juan Carlos y el Indio llamaron a Carlos Rodríguez, un joven artista del barrio Unión de Vivienda Popular. Querían que les ayudara a plasmar en un boceto las ideas de la noche anterior. Entonces Carlitos, como es conocido, sacó un papel y anotó las palabras claves que le llamaron la atención. Luego tomó dos referencias icónicas de las protestas —el encapuchado y la bomba molotov— y las representó a través de una mano. Esa mano, explica Carlitos, es la del capucho que pelea lanzando una piedra. Pero también es la mano que se defiende de las balas y los gases lacrimógenos alzando un escudo, y es la mano campesina que siembra la tierra y se solidariza con los demás.
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Que haya dibujado una mano izquierda no fue un guiño ideológico: con el fin de romper esquemas, aclara, quiso significar que siempre hay otro camino, que no todo se debe hacer necesariamente “por la derecha”, como reza el adagio popular. Y que sostenga una lámina rectangular con la palabra “Resiste” fue una manera de resolver la dificultad que había en hacer cada letra por separado, como fue la intención original.
El resultado final enorgullece a Carlitos: “Es un monumento que muestra una forma diferente de verlo porque estamos acostumbrados a las estatuas de bronce que no son intervenidas. Este, en cambio, es un monumento vivo que expresa lo que siente su pueblo y que cada año se renueva para darle espacio a otro grito de lucha. Además queda en la entrada al oriente de la ciudad, donde está la gente que se levanta cada día a luchar por sus sueños”.
No es casualidad que las personas de Puerto Resistencia hayan erigido este monumento de 9,50 metros de altura justo en ese lugar. Antes de su urbanización, el oriente de la ciudad era una vasta zona de pastos, trochas, acequias y pantanos a la que llegaron buscando refugio familias de los departamentos de Chocó, Caldas, Cauca y Valle del Cauca desplazadas por la violencia.
Ese fue el caso de Miguel Miranda, un contador de historias y recuperador de memoria del barrio Mariano Ramos, más conocido como “Diablo”: “Soy nieto de uno de los dos sobrevivientes de la masacre de Combia de 1959: el primero se salvó porque se cubrió con su hijo muerto y mi abuelo también porque era un indio negro, la masacre ocurrió de noche y se perdió en la oscuridad. Tiempo después mi papá, un indígena campesino, y mi mamá, una negra campesina, huyeron de Sevilla primero y de Toro después para llegar a finales de los años sesenta al último terreno habitable que tenía Cali. Todos éramos gente desplazada por la violencia liberal conservadora”.
Eran tantas las familias que invadieron terrenos privados, que en 1962 conformaron un comité con personería jurídica para comprar esos lotes y poder vivir en ellos de manera legal. Se llamó Comité Departamental de Unión de Vivienda Popular y de ahí salió el nombre para designar al primer barrio del sector, que en ese tiempo no contaba con servicios públicos, colegios ni hospitales.
De hecho Gloria Ruth Cumbe, artesana de Puerto Resistencia, nació en República de Israel, otro barrio aledaño, con la ayuda de una partera. Y debido a que su casa no tenía piso, como tampoco había en las demás, ponían tablas para trasladarse de un lado a otro cuando las inundaciones, que eran rutinarias, transformaban esa tierra en un barrizal. Ella también recuerda que en su hogar no había inodoro sino letrina, y que para obtener agua debía ir a sacarla de una pila que quedaba muy cerca de donde hoy está el monumento a la resistencia, en el cruce de la calle veintisiete con la avenida Simón Bolívar.
Es que ese lugar tiene su historia, que Diablo resume de la siguiente manera: “Ahí siempre ha habido algo: primero, la pila de agua de Periquillo; luego, un artista del Pacífico hizo la estatua de un águila; después pusieron unas astas para izar banderas y ahora está el monumento. Ese punto es una identidad del barrio”. Como también lo es Puerto Rellena, el antecesor inmediato de Puerto Resistencia, un puerto seco con puestos de venta de rellena donde se detenían los buses para recoger pasajeros hacia Puerto Tejada. Entonces cuando llegaban, sus conductores gritaban “¡Puerto, Puerto!” para que abordaran hacia ese destino, mientras las cocineras, la mayoría del Pacífico, pregonaban “¡rellena, rellena!” para ofrecérselas antes de partir. De la fusión de ambos vocablos nació Puerto Rellena.
El Paro Nacional de 21 de noviembre de 2019 es el génesis de Puerto Resistencia. Aquel día los manifestantes descubrieron que no tenían que ir al CAM, el edificio principal de la Alcaldía de Cali, para hacerse sentir. Felipe Botero, líder de programas para la región andina de la Iniciativa Global contra el Crimen Organizado Transnacional (GI-TOC, por sus siglas en inglés), lo explica así: “La estrategia fue cerrar simultáneamente las entradas de Cali y montar su centro de operaciones en el corazón de la ciudad, que para este caso fue Puerto Resistencia. Y que lograran posicionarse en ese lugar, así empezó a relacionarse con la idea de resistencia, que es un concepto abierto. No hay una sola definición, pero al final esa era la palabra que reunía el interés de todas las personas que estaban en la calle, que era resistir. ¿A qué? No importaba, pero había que resistir: al Esmad, al hambre, a la situación social, a la corrupción, al descontento general. Luego la levantada del monumento fue la manera simbólica de decir ‘este espacio ya es nuestro’. Lo coparon para significar lo que fue el estallido social, la unión de muchas personas que no se conocían, con un descontento que no era necesariamente el mismo, en un punto geográfico específico”.
“Bawerpanter”, artista y nieto de uno de los primeros moradores del oriente, describe el espíritu de sus barrios de la siguiente manera: “Para mí, el barrio Unión de Vivienda Popular fue el primer Puerto Resistencia, porque fue la unión de la gente haciendo resistencia construyendo su propia casa, ayudando al vecino con la suya y exigiendo educación y servicios públicos. Esa unión entre vecinos fortaleció los barrios, y los que vivimos en ellos llevamos la resistencia en la sangre”.
Hoy en día los que participaron en el estallido social se refieren al sector del monumento como “Pe Erre”. La razón es sencilla: no quieren ignorar su pasado. “A pesar de que decidimos renombrar este lugar como Puerto Resistencia porque es la puerta de entrada al oriente y se convirtió en un lugar para resistir, para nosotros también sigue siendo un puerto, y la rellena es un atributo especial. Entonces lo llamamos ‘Pe Erre’ por ambas siglas: las de Puerto Rellena y Puerto Resistencia. Así seguimos representando el espacio de la mejor forma sin desconocer lo que había antes. ‘Pe Erre’ une las dos historias para que convivan ambas”, concluye “Bawerpanter”.
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Cuando Carlitos terminó el boceto del monumento, Juan Carlos Narváez buscó un escultor para que le explicara la técnica adecuada para construirlo a escala. Así entendió que si querían replicar un antebrazo y una mano proporcionalmente, estos debían ser 33 veces el tamaño de un antebrazo y una mano reales, tomando como referencia sus contornos. Como Juan Carlos es diseñador de modas, no le resultó extraña la lógica de tomar medidas para modelar.
Entonces decidió financiar la construcción del monumento en su primera semana y conformó un equipo con un supervisor de obra, alguien que administrara el presupuesto, un community manager, un soldador experto, un ingeniero y hasta el escultor de un taller especializado en construir carrozas para el Carnaval de Negros y Blancos de Pasto. Sabía que si no asumía esta iniciativa como un proyecto, y que si no lo impulsaba con recursos propios, la mano de la resistencia no sería realidad. Una vez decidieron usar la cimentación de las astas, y estas últimas como las columnas que soportarían al monumento por dentro, solo restaba darle la forma adecuada.
De ahí en adelante todos empezaron a colaborar. No solo llegaron albañiles y maestros de obra del oriente dispuestos, sino que la gente donó herramientas y materiales para su construcción. Fueron necesarias 60 varillas de distintos calibres; 40 chipas de hierro; 20 mallas electrosoldadas; 30 metros de malla hexagonal; entre 150 y 200 bultos de concreto; una tina de acronal, otra de adhesivo epóxico, una más de mortero impermeabilizante y ocho galones de acelerante para concreto; 30 cuerpos de andamios; cinco viajes de balastro, dos de arena y piedras del río Pance para reforzar la cimentación. Hay quienes calculan que hacer el monumento costó cerca de 70.000.000 millones de pesos.
Hoover Giraldo fue uno de los trabajadores que participó en la obra. Tiene 54 años y nació un 28 de abril, casualmente la misma fecha que empezó el Paro Nacional. Uno de sus primeros empleos fue como ayudante de construcción en la Torre de Cali, el rascacielos más alto de la ciudad. Sin embargo, para él fue más significativo levantar el monumento a la resistencia: “Mi mayor orgullo como trabajador, después de construir la casa de mi madre, fue ayudar a construir la mano porque representa la lucha de la juventud, de los viejos y de todo un país; también porque la hicimos de la nada, sin el apoyo del Estado. Fue una obra del pueblo para el pueblo”.
Mientras Hoover y los demás trabajaban en jornadas de 18 horas continuas desde las seis de la mañana, Puerto Resistencia se transformó en un espacio integrador: “Se volvió un parche ir a ver qué estaba pasando en Puerto Resistencia, y lo que pasaba es que había olla comunitaria constante y oferta cultural. Muchas veces se pensó que allá solo había piedra y confrontación, y la confrontación con el Esmad fue lo mínimo que ocurrió, porque se volvió un lugar de encuentro y expresión”, afirma Felipe Botero.
Por un lado, Puerto Resistencia tuvo ocho ollas comunitarias. En cada una había una mujer que lideraba lo que se cocinaba mientras otros jóvenes las apoyaban picando verduras y pelando papas. Entre todas alimentaban entre 800 y 900 personas diariamente. Marta Garrote fue una de esas mujeres. Ella es madre cabeza de hogar y tiene dos hijos, uno de ellos habitante de la calle: “Yo me uní por la empatía de ver tantos jóvenes sin tener qué comer ni dónde dormir. Cuando empecé a cocinarles, me dijeron que mi sazón era igual que las de sus mamás”.
Por el otro, hubo actividades para todos: “Una vez entendimos que ya se había acabado esa lucha como tal, empezó la transformación del entorno: recogimos las piedras, pintamos lo que se había dañado y llegaron las expresiones culturales: organizamos bailes, hicimos performances, hubo titiriteros, malabaristas, personas con zancos y exhibiciones circenses, foros para reflexionar sobre el contexto de la lucha y los derechos humanos, actividades lúdicas y torneos de fútbol, baloncesto y voleibol”, recuerda Barbas, quien estuvo desde el 29 de abril en Puerto Resistencia.
Hacer el monumento tomó catorce días y su intervención artística requirió dos más: “Participaron desde maestros de obra hasta más de 25 artistas de colectivos independientes. No es la visión de una sola persona sino de gente de muchas partes de Colombia que plasmó su arte. Por eso también es un antimonumento y una figura cambiante. Cada vez que la renovamos, tratamos de mencionar algo que no hubiéramos mencionado antes y que sea importante”, dice Bawerpanter. Desde su inauguración hasta la fecha, el monumento ha sido intervenido artísticamente cada año. Ya va en su tercera versión.
Para Daniela Güiza, autora de la tesis ‘Valor y significado del monumento a la resistencia de Cali desde una perspectiva del patrimonio cultural’, el monumento “es un símbolo de lo que fue el estallido social en el país. Es un espacio donde se reconoce la contramemoria, una historia contraria a la oficial que se estaba contando en ese momento. También es un lugar de disputa por la memoria hacia las víctimas que no se han querido reconocer oficialmente. Revela temas que en este momento son importantes y abre preguntas nuevas que no nos estábamos haciendo. Habla de resistencia y plantea cuál es la forma de representarla dentro de los repertorios que hay, pero no solo es una resistencia política o social sino también hacia las artes, porque incluso dentro de la forma en que pensamos qué es y qué no es el patrimonio, todos los años renueva sus símbolos y actualiza sus valores”.
Para Juan Carlos Narváez, el monumento es de todos: “La mano no se trata de la derecha ni de la izquierda; la mano es del pueblo. Y ni siquiera es de Cali. Es nacional. Lo bueno es que la gente se la apropió”.
El monumento a la resistencia fue concluido el 13 de junio de 2021. Todos los involucrados admiten que trabajaron sin descanso para terminarlo rápido debido a la zozobra de que alguien intentara sabotearlo o destruirlo. Hoy, tres años después de su inauguración, el temor a que sea derribado continúa en el ambiente, así Hoover confíe en su poderosa estructura y crea que la única forma de demolerlo sea detonando una bomba desde adentro, pues es hueco.
Enemigos no le faltan: Andrés Escobar, acusado formalmente por dispararles a manifestantes en el Paro Nacional, es uno de ellos. Y prometió que lo derribaría en su campaña al Concejo de Cali. Aunque la imagen que publicó en ese entonces, donde sale con un martillo con el monumento a sus espaldas, parece un montaje, sus intenciones podrían no serlo tanto.
Por eso es que para las personas de la comunidad de Puerto Resistencia es una prioridad que sea declarado como Bien de Interés Cultural (BIC). Y para lograrlo, deben solicitarle al Consejo Nacional de Patrimonio Cultural que lo incluya en el listado oficial de Bienes de Interés Cultural. En ese sentido, el Ministerio de las Culturas, las Artes y los Saberes está brindándoles, desde abril de este año, la asistencia técnica necesaria para que elaboren el expediente requerido para esa postulación.
Dicho expediente debe contener la información y los soportes que justifiquen la declaratoria en los siguientes términos: el marco conceptual de la estatua, el contexto histórico antiguo y reciente, sus aspectos artísticos, sus símbolos y lo que representan, y una valoración final de acuerdo a lo estipulado en el capítulo IV del Decreto 1080 de 2015, que establece cómo manejar y proteger un BIC. Estos cinco ejes los abordaron en unos encuentros que convocó el ministerio para que la comunidad de Puerto Resistencia investigara y discutiera cada uno para luego compartir y redactar sus hallazgos, justificaciones y conclusiones, aportando pruebas documentales como fotos, videos y textos de referencia.
Cuando inició el estallido social, a Rocío Castañeda, habitante del barrio Villa del Sur, también le explotó la cabeza: “Fue como si hubiera estallado mi cerebro y se cayera una venda”, dice, con apasionamiento. Entonces apenas terminó su jornada laboral aquel 28 de abril de 2021, a media cuadra de donde semanas después se erigiría el monumento, se quitó el uniforme para ir a ayudar a la gente de Puerto Resistencia en lo que fuera necesario.
Con el mismo sentido de pertenencia que demostró en aquellos días, ella ha sido una de las participantes más activas en los encuentros del ministerio: “Ellos nos han brindado el apoyo necesario para construir el expediente bajo una metodología presencial con total libertad de expresión”, destaca Rocío. Y resalta las razones por las cuales están empeñados en que sea reconocido como un BIC: “Así como los hijos se registran con un apellido para legitimarlos, el monumento también tiene esa necesidad normativa para que sea respetado y su expresión social, legitimada”, razona.
Para Cecilia Betancur, una de las artesanas de Puerto Resistencia, esos encuentros han sido determinantes: “Aparte de que hemos recuperado la memoria de nuestro territorio gracias a ellos, han surgido aportes valiosos para complementar la construcción del monumento. Además, el acompañamiento del ministerio ha servido para orientarnos en la mejor forma de avanzar con el expediente. La declaratoria del monumento es muy importante para nosotros porque ya no podría ser tocado y el mantenimiento no nos tocaría solos”.
A finales de septiembre deberán entregar ese expediente al que tanto tiempo le han dedicado en los últimos meses. Será un documento que representará, en palabras de Rocío, “nuestras raíces ancestrales, nuestra lucha social desde que llegaron nuestros antepasados al barrio y nuestra resistencia”. Luego, si el Consejo Nacional de Patrimonio Cultural lo reconoce, el Estado deberá garantizar su protección. Solo así la comunidad de Puerto Resistencia podrá dejar atrás su zozobra.
Por: Juan Andrés Valencia. Revista Cambio, especial para Colprensa.
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