La muerte de Catalina Gutiérrez Zuluaga, una joven estudiante que se encontraba adelantando su residencia como cirujana en las instalaciones de la Universidad Javeriana de Bogotá, ha despertado toda una ola de reacciones. Tras la terrible noticia han salido a la luz varios testimonios que dan cuenta de los presuntos maltratos a los que son sometidos varios médicos que buscan especializarse no solamente en la mencionada universidad sino en otras.
Uno de los testimonios que salió a la luz recientemente es el de Marcela Ayala (31 años), una joven médica oriunda de Cali, que fue residente de anestesiología del Hospital San José en Bogotá, en convenio con la Fundación Universitaria de Ciencias de la Salud. Lastimosamente, su sueño se vio truncado cuando, en medio de sus estudios, tuvo que soportar todo tipo de “injusticias”, además de humillaciones y presiones que la llevaron a sufrir de depresión y ansiedad.
Marcela le narró a Q’HUBO que durante el tiempo que estuvo haciendo su residencia, pese a que se encontró con médicos que fueron un apoyo en su formación para continuar luchando por cumplir su objetivo, otras personas terminaron haciendo hasta lo imposible para que no lo lograra.
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“Con el paso del tiempo, comencé a ver cosas que no toleraba e injusticias día a día. Pude ver, en una revisión de tema, como ridiculizaron a una compañera porque le hicieron una pregunta, y en su estrés de quizás no recordarlo, o sencillo de no saberlo, y sentirse intimidad porque estábamos todos los residentes y algunos profesores, se quedó callada. Y ante eso, profesores y compañeros la criticaron”.
La joven denuncia que las horas de turno eran excesivas y que, aunque muchas veces decidió hablar para que se revisara la situación, todo esto al parecer terminó siendo un problema. Entre las anomalías que vivió, están los exámenes y la forma en la que fue evaluada, todo con el fin de no dejarla continuar su proceso de formación. Finalmente, en octubre del año pasado su residencia terminó, pero no con un grado como lo soñó, lo único que le quedó fue una deuda millonaria por el crédito que solicitó para poder hacer su especialización; además de un dolor emocional del que todavía intenta sobreponerse.
“Yo envié muchas cartas argumentando que estaban haciendo las cosas mal, yo me cansé, sigo con mis terapias y con mi vida. Hace tres días que me levanté vi la noticia de Catalina y se me revivió todo, se reabrieron heridas que me ha costado sanar, y pensé que Catalina pude haber sido yo o cualquier otro residente. Esto no puede seguir pasando, hago un llamado a las universidades para que hagan un filtro a la hora de contratar especialistas que van a estar educando”, puntualizó la joven.
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