Una mesa cuadrada de madera desgastada sirvió como altar para un oscuro ritual satánico que un joven de tan solo 21 años organizó con el fin de despedir del plano terrenal a su propio jornalero, un hombre de 55 años identificado como Alejandro Morales Sánchez, a quien minutos antes le quitó la vida de manera salvaje y despiadada.

Como sacado de una película de terror, el estudiante universitario de Diseño gráfico le quitó la vida a su trabajador al interior de su finca, ubicada en el municipio de Chía, en Cundinamarca, la tarde del pasado Viernes Santo, mientras lo feligreses de la iglesia católica recordaban la muerte de Jesucristo en la cruz.

El primero en descubrir el atroz crimen fue el padre del mismo homicida, quien llegó a su vivienda sobre las 4:40 de la tarde del Viernes Santo y encontró a su hijo cavando un hueco con una pala. Al acercársele se encontró con una terrible escena; acurrucado, de lado y con la cabeza totalmente destrozada estaba su trabajador al fondo del hueco.

Al preguntarle qué estaba pasando, el joven le dijo a su papá, con el mayor descaro, que no pasaba nada, que había discutido con el jornalero y que lo había asesinado. De inmediato su progenitor llamó a las autoridades, quienes acudieron al sitio a las 5 de la tarde y procedieron a investigar este caso.

En ninguna parte de la finca encontraron la varilla con la que el universitario le quitó la vida a su trabajador, pero sí hallaron una serie de elementos que sirvieron como prueba para determinar que el crimen había sido premeditado y que, presuntamente, se trataría de un hecho relacionado a un ritual satánico, llevado a cabo en plena Semana Santa.

Encima de la mesa de la habitación del homicida habían unas matas secas, los dos sirios a punto de acabarse, una baraja de cartas en una de las esquinas, dos recipientes de tierra negra en la mitad de la mesa, un vaso plástico con agua, una caja de fósforos, una carta con un dibujo rojo que no se logra ver con claridad, un ojo turco, un frasco de vidrio con un líquido oscuro y un trozo de papel en el que se leía “clavos y ojo de la envidia”.

Más arriba, en la pared, dos pentagramas pegados con cinta transparente; uno dibujado a lápiz y el otro parecía un recorte de alguna revista o libro de magia negra. El hallazgo lo hicieron los uniformados que arribaron a la finca.

El joven de 21 años, de contextura delgada y de 1.92 de estatura, fue capturado de inmediato por las autoridades, quienes a las pocas horas legalizaron su captura debido a las pruebas que habían en su contra y a que él mismo le había confesado a su padre lo ocurrido.

Sin embargo, por hechos que aún los habitantes del municipio de Chía no se explican, el joven fue dejado en libertad y hasta el cierre de esta edición permanecía libre, en su casa, como si nada hubiera pasado. Para el juez, en la audiencia celebrada el pasado fin de semana, este no era culpable porque no lo capturaron en flagrancia.

El aberrante crimen…

Al mediodía del viernes 15 de abril, el papá del homicida salió de la finca, ubicada en la vereda Fonqueta, dicen que dejó a su hijo solo con su trabajador, quien llevaba cinco años como ‘todero’ de su propiedad.

Dicen los curiosos de la vereda que el joven era displicente con Alejandro (la víctima), que en repetidas ocasiones los habían escuchado discutir o que el trabajador se quejara del muchacho, pero nunca pensaron hasta dónde podía llegar esta situación.

Se presume que la víctima habría discutido con su homicida a eso de las 3 de la tarde. Tras un cruce de palabras de alto calibre, el joven de 21 años asesinó a Alejandro. Posteriormente, inició un ritual que culminó cavando la tumba de su víctima.

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En esas estaba cuando su padre llegó y lo descubrió. Ya no había nada que hacer por la vida del jornalero. Su rostro quedó irreconocible y mientras el cuerpo yacía al fondo de la tierra negra, los uniformados que acudieron primero al lugar de los hechos, estudiaban cada rincón de la finca.

El ritual lo alcanzó a iniciar el universitario -de quien nos abstenemos de publicar su identidad porque quedó libre- pero no se terminó. Dicen que ya lo tenía planeado, pues el hueco lo venía cavando desde hacía dos días, solo que nadie sospechó para qué era. Hasta que al fondo, hallaron a don Alejandro, quien sus últimos 5 años de vida los entregó a atender a su propio verdugo.

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