Cada vez que se celebra con un brindis o se comparten risas entre amigos, un millón de neuronas podrían ser las víctimas colaterales de la euforia embriagadora.
La noche avanza, las risas son estruendosas, y los vasos se llenan de líquidos dorados que prometen momentos de euforia.
Sin embargo, tras el velo de la diversión, se esconde una realidad menos festiva: el alcohol, ese elixir de la sociabilidad, desencadena un proceso destructivo en el cerebro humano.
Martín Sánchez, experto en neurociencia, explica que el alcohol afecta directamente a las neuronas, las células responsables de la transmisión de señales en el cerebro.
“El alcohol interfiere con la comunicación neuronal al deprimir el sistema nervioso central. Esto afecta la coordinación, el juicio y las funciones cognitivas”, sostiene Sánchez.
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Pero, ¿cómo exactamente el alcohol desencadena la pérdida de un millón de neuronas en cada borrachera?
El proceso comienza con la interferencia en la liberación de neurotransmisores, sustancias químicas que permiten la comunicación entre las neuronas.
El alcohol actúa como un depresor del sistema nervioso central, disminuyendo la actividad neuronal y afectando negativamente la función sináptica.
Además, el alcohol puede aumentar la liberación de glutamato, un neurotransmisor excitatorio. Esto puede llevar a una excitotoxicidad, un proceso en el cual las células nerviosas son dañadas y mueren debido a la sobreexcitación. Este fenómeno, combinado con la disminución general de la actividad neuronal, crea un ambiente propicio para la pérdida de neuronas.
El impacto no es solo cuantitativo, sino también cualitativo. Las neuronas que sobreviven a la borrachera pueden experimentar daños estructurales y funcionales, afectando a la memoria, el aprendizaje y otras funciones cognitivas.
Aunque el cuerpo tiene cierta capacidad para regenerarse, la pérdida de un millón de neuronas en cada episodio de embriaguez puede tener consecuencias a largo plazo.
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El doctor Sánchez advierte que la repetición frecuente de estos eventos puede contribuir al deterioro cognitivo y aumentar el riesgo de enfermedades neurodegenerativas.
En conclusión, mientras el alcohol puede ofrecer momentos de alegría momentánea, su impacto en el cerebro es profundo y, a menudo, subestimado. La celebración responsable se convierte así en una necesidad, no solo para el bienestar físico, sino también para preservar la salud mental a lo largo del tiempo.
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