Así podrá enmendar su errores y reivindicarse con los que más quiere.
Nadie es perfecto y no estamos exentos de equivocarnos. Tal vez hemos cometido algún error en nuestro proyecto de vida, de pronto les hemos causado desilusiones a papá y a mamá, es probable que nos hayamos portado mal con nuestras parejas y, de pronto, hemos cometido algún acto de deslealtad con un amigo.
Por supuesto que tenemos que hacer lo que podamos para obtener el perdón de las personas que herimos o a las que les fallamos.
Conviene que nos sinceremos y limpiemos nuestros corazones. Lo anterior también implica intentar perdonarnos a nosotros mismos por las faltas cometidas; de lo contrario, terminaremos más afligidos.
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La verdad es que, cuando fallamos por algún motivo, solemos poner en entredicho nuestro valor y, en ocasiones, perdemos nuestra fuerza de voluntad para volver a levantarnos.
Es normal sentir la debida pena por los yerros cometidos. Pero, más allá de que debemos admitir nuestras culpas, no podemos cultivar a toda hora los sentimientos de frustración.
Yo sé que los errores que cometemos son como ‘manchas’ que parecen no borrarse tan fácil; no obstante, la vida misma nos enseña a limpiar esos puntos negros.
Y aunque es inevitable sentirnos culpables, también hay que saber parar ese sentimiento gris y no llegar a fustigarnos por siempre.
No es hacer como si nada, es más bien aceptar que fallamos, que no somos perfectos y que podemos levantar la cabeza.
Debemos enmendar para reivindicarnos. En ese orden de ideas, la prudencia y la dignidad para aceptar que se ha fallado aparecen como las mejores estrategias.
Nos conviene reflexionar antes de seguir adelante porque, de la forma como asumamos el siguiente paso, podremos ponerle punto final al asunto.
Reconocer nuestra ‘salida en falso’ nos sanará buena parte del alma y nos permitirá obtener una visión más alentadora de lo que vendrá.
Insisto en resaltar que será fundamental estar conscientes que somos proclives al error y, si caemos en él, debemos ser capaces de tomar las medidas necesarias para revertir sus consecuencias.
Yo mismo he cometido una gran cantidad de errores, algunos de ellos ‘tontos’, pero también procuro reconocerlos, resarcirme y, lo más importante, aprender de ellos.
Es como extirpar del cerebro un tumor dañino, que nos hace mucho mal. Después, debemos pasar al plano de la acción o de la enmienda.
No sigamos removiendo esa tierra que tanto aramos. Es mejor sembrar nuevas semillas y hacer aquello que nos podrá redimir.
También debemos colocar nuestros frutos en las Manos misericordiosas y poderosas de Dios, y confiar en que Él nos ayudará a restaurarnos.
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En síntesis, hay que pedirles perdón a quienes les fallamos y perdonarnos a nosotros mismos; reconocer nuestras faltas y recomponer el camino.
Recordemos que un error solo se convierte en una falta imperdonable cuando no somos capaces de entender que trastabillamos y que, al mismo tiempo, todo hace parte de un aprendizaje.
Además, la Misericordia de Dios siempre nos abrigará.
Redacción: EUCLIDES KILÔ ARDILA
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