A veces nos levantamos pensando que no vamos a poder más. Hablo de esos días en los que, sin ninguna razón aparente, nuestro cansancio se vuelve crónico y de manera paulatina nos impregnamos de una apatía por la vida misma.
De igual forma, la excesiva ansiedad que nos invade hace que nos distraigamos con trivialidades. Lo grave es que, por estar ocupados en ellas, nos olvidamos de atender a cabalidad las cosas más importantes que nos atañen; sobre todo las del espíritu.
Todo eso nos pasa cuando, por apariencias, nos la pasamos cargando sobre la espalda todo el peso de nuestras tristezas.
Y el tema se complica cuando insistimos en bloquear nuestras emociones o las escondemos, como si nada pasara. Y es que, sin quererlo, estamos acumulando tensiones que, en cualquier momento, nos pueden hacer estallar o nos ‘pasan la cuenta de cobro’.
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Debemos sacudirnos de todo eso antes de que toquemos fondo y terminemos refundidos en medio de la amargura, del desdén o de la depresión.
Tal vez sea hora de liberarnos de tantas afugias, angustias y responsabilidades que tenemos de sobra, porque ellas no nos dejan tiempo para ver el mundo de una manera más diáfana.
Es obvio que, al igual que los demás seres humanos, no tengamos el control total de los acontecimientos de nuestra vida, ni de todo lo que acontece a nuestro alrededor; sin embargo, es mejor aprovechar al máximo y en su totalidad las oportunidades cuando ellas se presenten, porque es posible que después ellas nunca vuelvan y en cambio nos quede la nostalgia y el remordimiento de no haber actuado como hubiera sido lo mejor.
Vivamos el presente y disfrutemos plenamente de cada momento, sin preocuparnos por el pasado o por lo que nos pueda venir mañana.
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Si aprendemos a confiar más en nuestros criterios personales, y menos en los de los demás, podremos ser más auténticos y podremos tener una vida más auténtica, autónoma y sin tantas preocupaciones externas.
Esta es una invitación a conservar la calma y a mantener más confianza en lo que hagamos para evitar el estrés, y para lograr que las cosas que planeamos nos salgan como
realmente deben ser.
Que las dudas y los temores no nos detengan en las circunstancias difíciles, so pena de quedar anquilosados en la frustración.
Finalmente, podremos agradecer por todas las bendiciones y experiencias vividas. Mantengamos nuestra fe latente y jamás olvidemos que, con la Venia de Dios, cosas buenas nos llegarán.
El Señor nos ayudará a cambiar el enfoque hacia lo positivo y a encontrar alegría con cada nuevo amanecer.
Redacción: EUCLIDES KILÔ ARDILA
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