Me sorprende ver a tantas personas cruzadas de brazos, resignadas a su suerte y lamentándose por todo lo ‘malo’ que les ocurre.
A ellas no se les asoma ni la más mínima intención de sacudirse de tanta ‘modorra existencial’. No mueven ni un solo dedo para encontrarle una salida a todo eso que los ata y mantienen una resignación absurda que los embadurna.
Se llenan de excusas para argumentar la negligencia de sus vidas. En lugar de levantarse, les sacan el quite a los retos que la realidad les marca.
¡No es un asunto de pereza!
Es la epidemia del desánimo que, al parecer, está a flor de piel. Estas personas no quieren ser propositivas y, por alguna razón, dejan que el agua de la rutina les llegue hasta el cuello.
Cada día, al ‘levantarse’ de la cama, entran automáticamente en contrición; es decir, se refugian en una inexplicable cobardía y sienten culpa por todo.
¿Es usted así? ¡Tenga cuidado!
Los pasos que no se atreva a dar también le dejarán huellas profundas, las cuales se traducirán en ruina. Incluso, esta inoperancia puede dejarle cicatrices más fuertes en el alma.
Si no toma la decisión de centrarse en lo que sí quiere suceda, jamás se levantará. El desinterés es una pérdida de la autoconfianza. Si no se tiene fe seguirá llenándose de dudas y, lo que es más preocupante, se convertirá en una víctima fácil del desgano.
¡Y ojo porque el desánimo puede llevarlo a la depresión y al abandono!
Es fundamental hacer un compromiso con usted mismo y dar el primer paso para espercudirse. Nadie le hará lo que no decida hacer usted mismo.
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