Hay sujetos que se expresan de forma grosera, se comportan con necedades y, como si fuera poco, son fastidiosos y expertos en despertar sinsabores de amargura.
¿Los conoce? ¡Seguro que sí!
Esos individuos no faltan en nuestros entornos. Tales personas despliegan un ‘halo’ parecido al de la hiel y no saben hacer otra cosa que majaderías. Es decir, como buenos necios que son, gozan viendo a los demás exasperarse gracias a sus actos inmaduros.
Lo más grave es que esa sarta de necedades solo son para llamar la atención. Es preciso hacernos querer de la gente, entre otras cosas, porque los seres humanos son justos con quienes aman. Sin embargo, nadie se da a querer si se dirige a los demás con altanerías.
Se es majadero cuando se decide ser haragán, cuando no se escuchan sabios consejos, cuando por físico capricho se lleva la contraria o cuando se hacen las cosas ‘porque toca’.
Yo, usted y nadie puede ir por la vida tratando mal a los demás. Hace algunos días le escuché a una figura pública lanzar cualquier clase de improperios contra un ciudadano.
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¿Dónde está el decoro para hablar?
La civilidad se refleja en la forma como nos expresamos de los demás en la vida cotidiana y se relaciona estrechamente con el buen trato.
El ser respetuoso alimenta las buenas relaciones.
Además, ello nos hace llegar lejos en nuestras vidas, tanto en la profesional como en la personal. Lo anterior implica reconocer los sentimientos, tener buenos modales y escuchar con atención lo que la gente dice.
El principio del respeto sostiene que debemos tratar a las personas sin jactarnos de nada y sin atropellar.
Una persona no se debe humillar, ni mucho menos denigrarla solo para satisfacer nuestros egos y deseos inmediatos de manipular.
Los aplausos no son para los majaderos ni para los groseros. Puede ser que en algunos momentos una falsa gloria los abrace o que con esto de las redes tecnológicas termine teniendo muchos ‘likes’; pero al final quedan solos y alejados de la felicidad.
Las majaderías barren los afectos y ellas, a decir verdad, son las que languidecen nuestro espíritu. ¿Qué tan majadero es usted con su propia vida y con los demás?
La simpatía es un parentesco de los corazones; la antipatía es un divorcio de las voluntades. ¿A cuál grupo pertenece usted? ¿Es de esos seres que todos prefieren o es alguien a quien nadie quiere?
Este es un llamado a compartir con los demás los buenos y los malos ratos. Todos los días exprésele a la gente lo que siente, pero con palabras cordiales.
A la gente se le debe escuchar con atención y, por supuesto, se tiene que partir de la ‘buena fe’ de que lo que está diciendo es cierto.
En serio, tratémonos bien.
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