Pretendemos resolver todo mecánicamente sin ponernos a pensar por qué hacemos las cosas o qué queremos conseguir de ellas.
¡Y así se nos pasan los días! Una y otra vez hacemos lo mismo sin saber a ciencia cierta para qué y a razón de qué.
A causa del estilo de vida y el mundo en el que vivimos, donde todo sucede de una manera vertiginosa, cada vez se nos hace más difícil tener tiempo para pensar en lo importante y dedicamos nuestra vida solo a resolver lo urgente. Este es el gran problema que tiene en crisis a la sociedad de hoy y por lo cual cada vez tenemos seres humanos más infelices.
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Hasta hace tan solo 20 o 30 años la vida era otra. Teníamos ideales más sencillos, existían otros tipos de problemas, bonitas formas de relacionarnos y métodos para trabajar más amenos.
Si bien estábamos atrasados en muchos ámbitos, también es cierto que teníamos más conciencia de nuestro entorno. Aunque las cosas sucedieran también mecánicamente, las preocupaciones y los afanes eran más llevaderos.
Ahora es asombroso ver cómo en tan poco tiempo las dinámicas de la sociedad han cambiado tanto, y no precisamente para bien; no al menos en materia personal o existencial.
¿Qué es lo que hace que hoy estemos tan hiperactivados y sin tiempo? ¿Será la tecnología? ¿Acaso todo se debe al costo de vida, al placer inmediato, a las fachadas, a la inmadurez o al facilismo? Tal vez olvidamos la esencia básica de la palabra ‘bienestar’.
Antes lo importante era ser profesional, encontrar un buen trabajo, casarse y tener hijos, comprar una casa, o tal vez jubilarse. No importaba no tener dinero para ir a un buen restaurante, ni lucir ropa de marca o irse de viaje. Esas cosas eran simples ‘lujos’ que solo quienes eran ricos podían darse.
La gente se dejaba inspirar por sus sueños, creía en el amor, tenía palabra y la idea de alcanzar una buena vida significaba un reto que se podía asumir.
En la actualidad todo debe suceder inmediatamente y sin el más mínimo esfuerzo. Lo ‘importante’ ahora es publicar en las redes sociales la vida perfecta que no tenemos.
Aquí sí importa tener amigos, no muchas veces verdaderos, con quienes salir a los mejores restaurantes, a los mejores hoteles y a las mejores ciudades del mundo, así haya que empeñar lo que sea para demostrar que somos tan ‘felices’ como los demás.
Nuestro ideal está en aparentar un estatus de vida alto, estar a la moda, ser los jefes en la oficina o fingir ser personas que no somos.
AHORA PREGUNTÉMONOS: ¿QUÉ DE TODO ESO NOS HACE REALMENTE FELICES?
Hoy los trabajadores promedio están esperando su quincena ya no para ahorrar y tener su propia casa, sino para irse de rumba el fin de semana. Ya no ahorran para casarse y tener hijos, sino para comprarse la última marca de ropa.
Ya no quieren un trabajo fijo que les suponga estabilidad y garantías laborales, quieren irse de viaje así tengan que dormir debajo de un puente. Ahora lo importante ni siquiera es disfrutarlo sino presumirlo; y luego se preguntan por qué se sienten tan solos y frustrados. Hemos cambiado tanto que se nos olvidó ser felices.
No está mal que queramos compartir nuestras experiencias con otros en el mundo digital, pero sí lo está el que estemos olvidando lo importante por lo urgente. Si no recapacitamos sobre esto, vagaremos como en un barco sin rumbo, donde lo esencial será resolver lo de turno y no la raíz del problema.
Cuando queramos darle un giro y comenzar a hacer lo que realizamos con plena conciencia entenderemos que estamos aquí para cumplir un propósito, y que precisamente ese camino es el que nos hará realmente felices.
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